Esto es lo de siempre. Una cenicienta sin escoba y un cenicero lleno de pensamientos. Un mundo que puedo sostener con la yema de los dedos mientras me deshace en un instante que parece eterno. Una noche oscura. Una espiral de confusos sentimientos. Es abrir la vasija de Pandora y dejar dentro mi esperanza, un suspiro al viento.
Me comen los nervios.
Y ya están aquí las lluvias. Las tristes lluvias que lloran en el tiempo y siembran el frio en la planta de unos pies descalzos que se mecen por el borde de la cama, intentando no pensar, intentando parar una milésima de segundo y no avanzar más de lo debido ni menos de lo necesario. Después de romper las piezas de mi encajado puzzle de la vida y apostar a rojos; sólo pienso en salir corriendo, en desaparecer con una de mis mejores sonrisas a la vez que arañándome por dentro. Eso me pasa por ser tan calculadora, que a veces me juega una mala pasada; pues la vida nos plantea los caminos y somos nosotros los que sembramos el miedo en él. La desconfianza de lo desconocido. Y aunque siempre me consideré un ser valiente, hoy me siento tan cobarde que sólo quiero sentarme en el andén y ver como los trenes pasan, como las historias van y vienen sin hacerme ni querer que me hagan partícipe de ello, aunque duela ver que tantos trenes nunca se detienen y vaya tanta gente sola en los vagones.
Sólo quiero acurrucarme dentro de mi frágil pompa de jabón, dentro de mi misma e intentar escuchar las versiones que le doy a mi vida, las razones para intentar coger un tren o las razones para quedarme anclada en la estación.
Pero ahora mismo me conformo con sentirme viva esperando que sople el viento que me hagan mover la cabeza hacia algún sitio y saber que es lo más correcto. Sólo espero que antes de ello, mis nervios no me jueguen una mala pasada que me hagan romper con todo. Vaya mierda de ansiedad que me creé, necesito un doctor.
Aunque algo he aprendido en las idas y venidas de la vida: no mirar nunca hacia atrás.