Al hecho de este silencio.
Al hecho de estar sentada conmigo misma y mis fundamentos.
Y bueno, un cigarro en la boca; para qué nos vamos a engañar.
Debo confesar: voy y vengo con el aire, con el viento del verano que entra por los límites de los dedos de los pies y se hace incienso de camino de tierra. Pues aunque no lo creais con este clima, el viento siempre está ahí, moldeando cada figura que rompe la realidad y se estrella contra el susurro y a veces, gritos; del aire.
Somos el capricho del viento. El que nos torna cada delgada línea de la figura que miramos cada mañana al espejo cuando aún estamos renaciendo del mundo onírico que nos mece cada noche. Miro, miras, miremos, mírate, mírame. Mirad: somos los inmigrantes del viento.
Los que vamos y retornamos, los que cogemos su tren o lo desafiamos cara a cara mientras que nos alborota el pelo. Los que nos mecemos en su silencio o nos tapamos los oídos cuando lo oímos partir. O partirnos.
No somos una sola pieza. Somos un rompecabezas, el rompecabezas del viento. Del tiempo. Del camino. La única imagen completa que tenemos de nosotros mismos es en un espejo, un reflejo: como la rana que se mira en su charca bajo el sol despreocupada del viento, expresándose sin más necesidad que oírse a sí misma en medio del ruido de la Ribera (porque hay que ser rana usagreña, que son las más bonitas y simpáticas). Necesitamos completar nuestro rompecabezas: por eso besamos, hablamos, lloramos, escribimos, cantamos, guardamos silencios, damos un abrazo, regalamos sonrisas... Son los demás los que nos ven por completo,pues también es a los demás a quiénes nos damos por completo. Es el aire el que puede mirarnos, asaltarnos y gritarnos "¡eres tú!".Es el extraño que mejor nos conoce.Es el único que habla con la rana cuando ésta calla.
Andando por la calle, vi un reflejo en un escaparate: me crucé conmigo misma y no me reconocí; pero aminoré mi pasos, y al mirarme, sonreí.
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