Me he arañado tanto a mi misma que las uñas ya no me crecen,
ni tampoco crezco yo.
Me he metido tanto amor en las entrañas,
que rebosó el caliz perdido de la misericordia ajena
aclimatada al escondite del cuerpo.
Son corrosivos los ojos que no quieren ver,
son motas de polvo,
indigentes de hogar;
en la costilla inerte del deseo.
Es tanto morder el cuerpo ajeno
que palpar un colchón muerto de desidia,
es el sacrílego acto para desvanecerse,
hacia la muerte o la gloria,
pero desvanecerse entera;
desde los párpados hasta las uñas.
sábado, 7 de diciembre de 2013
Desvanecerse.
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