Una zarza mora en mi boca.


 EL DESENCANTO
I.
El gigantismo causó la epidemia en la ciudad.
Gigante se hizo el alcalde,
gigante se hizo el pobre,
gigante se hizo el necio, y el feo,
y el bueno, y el menos bueno...
Gigantes los relojes,
gigantísimas las prisas.
Gigante el ego...
Pero pocos poseían la gigante tumba
donde caerse muertos.

II.
Hay prisa en el viento.
¡Qué prisa tiene!
Pisa los talones.
La vida se agarra al suelo,
pero el viento aprieta,
con prisa.
Poco tiempo le queda a la vida,
con amaneceres continuos,
viene barriendo los pasos;
vienen con apremio,
quizá no con el del viento
pero si con el aliento de muerte.
Viene la prisa,
gira la ruleta y apunta la veleta.

Viene el viento,
con prisa, apremio y deseos de morir.

III.
La sal no curaba mis heridad
no me llenaba el lamer las piedras.
El salitre es mi cruz 
y me empareda viva en la tierra,
araña el hueso, gravita...
No hay ninguna orilla,
no hay ninguna orilla para desembarcar.

Este punto exacto es una rutina que conviene no encontrar,
la rosa de los vientos es el garabateo en las líneas de las manos,
la frontera, el precipicio infinito,
la enfermedad mental, el amor, ¡el amor!
mi cruz de sal.

IV.
Somos los inmigrantes del viento
del aliente que entre verso y beso
compartimos de mi boca a la tuya,
de la tuya a la mía,
como una mecedora
que duerme a través de la ventana
los paños de remendada historia
en ganchillos de remendados sueños.
Vamos a enamorarnos del aire y sus desaires,
a hacernos noches.
Obviemos las elipsis mentales
en cementerios de horas muertas.
No voy a darme por vencida
y seguiré moviendo la vida,
agarrando manos y besando fuerte,
remendando el sueño de mil noches de boda
enredada entre tus brazos
y sentada en tus rodillas,
en tu mecedora de incienso,
que emigra con el levante de mi falda
hasta el poniente de tus huesos.

V.
Corre.
Vuela.
Arde.
Parpadea. Miras, parpadeo.
Aquí te dejo los dientes
y con ellos, la vida.
Deshazte de la blusa
y descóseme los botones del alma,
después, ve descalzo al precipicio.
Cómete las entrañas del aire,
grítame sin la voz del tiempo,
lo más cerca de mi oído cojo.
Corre, vuela, arde, ardo,
parpadea y mira tras de tí:
en tu plato vacío
te dejo los botones y la blusa 
de esta locura inconsciente
que nunca entendí como mía.

VI.
Mi cuerpo es el único legado que tengo,
hasta que la vida me deje sin él.
Mis recuerdos son el olvido de lo que sucedió,
hasta que el alzheimer me haga olvidarlos.
Mi voz es un tímido hilo de aire,
hasta que el aire se arrastre al ruido.
Mis palabras están en un frágil saco,
hasta que caigan en saco roto.

Hasta que mi alma suicida se entregue a la hiena soberbia del deseo carnal,
mi yo está en el otro lado del espejo.


VII.
Bebo vino porque es el veneno de la verdad y no me deja negarme como ser humano que bebe, habla, toca, siente. La poesía es la excusa, pero con la poesía no se bebe, se bebe con las entrañas. Desaparecemos con el festín de los gusanos en nuestro estómago craneal y quizá eso no sea lo más importante; pues lo que nos sella es nuestro resto y su rastro. No la palabra. No la imagen. No las ideas, ni la fama. No el amor, y no el dolor.
Sólo el rastro.
Ese camino invisible a los ojos y perenne al olfato.
Ese camino despiadado que enseña lo que realmente somos.
Ese camino que nos une en la vuelta a casa.

VIII.
Quedan dos segundos para desaparecer,
para arrebatar la dicha
y acallar la honra.
Quedan dos segundos para quema el hastío,
la insolencia marchita marginada de amores,
triste de realidades.
Sólo queda sobrevivir lo vivido,
tirarse al vacío y ahorcarse con las nubes.
Queda la soledad,
el vacío de la noche.

Queda la nada, sin nada.
Quedamos nosotros, sin cuerpo.
Queda el tiempo, sin segundos.

Hemos desaparecido, hace dos segundos,
y aún ni lo sabemos.

2 comentarios:

  1. Ya echaba yo de menos ese verso suelto y libre, totalmente libre y totalmente suelto. Un beso.

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  2. De lo mejor, cuando te pones eres capaz de que las culebrillas de agua comedoras de "zancajos" sean capaces de bailar al son de la corriente. Muy bonitos. me gustan son ·otra vez· TU.

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