lunes, 26 de diciembre de 2011

Que se vaya lo malo y entre lo bueno.

 Vivo en un estado de ánimo peligroso.
Será el frío que viene del norte.
Será el viento que está levantando nuevas cenizas. Cenizas de malos presagios.
La noche cae como yo caigo rendida y despierto en una manta de seres extraordinarios que se pasean por mi ventana. Seres extraordinarios que embriagan mis noches en vela.
Pero para mí, son la realidad más precisa que me rodean entre las sábanas, los que me cobijan del aire del norte, de las cenizas.
Uno de ellos, es el oso de la niñez, que es cuna de mi sueños, de mis deseos y el despertar lento y cansado de domingo. El calor que llena la cama y hace de la pereza, un mundo.
El siguiente, es la mariposa de cuentos de los retales de una vida. Una enredadera del amanecer en mis pies y en mis manos que me enseñan el movimiento correcto de mi cuerpo.
Otro, un gato idílico que me hace subir y bajar por los tejados de mis entrañas, enseñándome a pasear por el país de las maravillas sin el feliz conejo blanco.
EL último, es el negro lobo que me devora cuando una sombra me hace buscar el menor resplandor de luz cuando todo son tinieblas. Cuando las cenizas de malos presagios me rodean.
Pero esas cenizas vuelan, se disipan; me embriagan y me desvanecen, me comen y desaparecen.
Un ciclo en espiral que me revuelve en lo más profundo de mi almohada, cuando de nuevo aparece el viento de norte.
Pero el viento del norte sólo viene en el invierno, pero no en el invierno estacional. Sino en los inviernos que padece el corazón, en el invierno en el que sólo acordes lánguidos se desatan de las manos, en el que sólo palabras tristes se tornan en nuestros labios.
El iniverno se va poco a poco... y mis seres extraordinarios, son los que me acurrucan cada vez que pienso en las malvadas cenizas.

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