Me reservó la vida la dulzura.
Igual que un postre hecho por tiernas manos,
puesta la mente en alguien
que va a llegar exahusto
y que sonreirá ante la sorpresa…
Igual que un postre,
la vida me guardaba para la dulzura.
Llegaste rodeado de versos y de pájaro.
Llegaste volando muy despacio, volando
con la manzana del amor en la boca:
lo mismo que esas que hay, de rojo caramelo.
Llegaste con el nombre de los luceros aprendido,
con el desasosiego y el estupor de los adolescentes
y también con su seguridad desaforada.
Traía enredaderas en los brazo y me mirabas
como si nunca hubieras dejado de mirarme.
Como si todo en este mundo dependiera
de aquel hilo que ataba nuestros ojos.
Te acercas, como un funambulista sobre el hilo;
te apeaste en mis ojos y entraste en mí por ellos,
asombrados de la visita deslumbrante,
sin preparar la entrada de mi casa,
sin asear los cuartos y desecha la cama…
Entonces, se vinieron abajo mis defensas.
Desde ese momento estoy
desnuda, como una niña confiada
que se abandono al aire cariñoso
de no temer ser quién es.
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