"Una mujer vive en un muelle oxidado alejado de la ciudad.
Pesca todo lo que la gente abandona."
La Rous, Una Niña.
A mi me gusta morirme.
Quitarme de la vista del mundo
y ser yo conmigo,
balancearme en los hilos de las horas
y desprenderme del cliché
de que la soledad es un arma de doble filo.
He de pasar un poco de sed
para que la víscera estalle,
unirme, sin ropa y sin miedo,
hidrolizarme con las pompas de jabón
que arrastra una ducha masiva de recuerdos
y tocarlas con los dedos para ser consciente de su fragilidad.
Aquí todo tiene vida
y los fantasmas se me antojan niños caprichosos
que comen algodón de azúcar
y siembran gnomos en las paredes.
Estas invasiones sin presencia ni estrategia clara
van cayendo en la medida que exploro la cicatriz
y matar a estos mensajeros es lo que da sentido al mensaje.
Me rescato.
Rescato el estómago triste,
el nido de melancolía que prende en llamas
en el alféizar de la ventana,
el vaivén pendular de los dedos sobre este papel
convertido en mesa de carnicero
con corazones muertos de promiscuos corderos,
rescato el aire,
mi aire
con los girasoles despiertos en los ojos.
Me gusta tener consciencia de que la existencia
es meterse en el tornado de Oz.
Pues abrir la caja de Pandora es la única forma
de llegar hasta el fondo del asunto.
Si es que llegas.
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