miércoles, 10 de febrero de 2016

00797, Turnedo Wine.

Dame por perdida cuando me ahoge en el verso que te debo.

Por eso no voy a escribirtelo,
ni voy a elegirte con la valentía que exige resucitar las palabras de fuego.
Ni cuando me tome dos copas de más.
Prefiero seguir comiendo la tierra de la soledad,
sentarme con la nostalgia a la hora del café
y mirarme en el espejo de la memoria.
Me quedo con el verso lleno de lluvia,
con la armadura que aún no acostumbro a llevar.

Pero si hoy quieres,
ven a casa,
rompe con esta rutina básica de las soledades,
mandemos los trastos molestos del alma al sepelio de la sardina
y déjame injertado el aliento de la resurrección en las manos
y mando a los hombres grises a pedir el tiempo que hemos perdido,
a Hor a buscar la salida de una casa oscura;
y te mando el viento del aire
a que se siente en tus rodillas (cómo siempre)
y te bese con todas sus bocas (cómo nunca).
Ahí,
cuando el viento te robe el suspiro,
y me quite la segunda piel,
justo ahí voy a perderme.


Y es que no existe el olvido cuando se entra por la puerta de atrás del verso.
O del alma.

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