Cada paso fue una línea en blanco,
cada estación, el pasaje roto del trayecto,
cada esperanza, una duda
y todos los quizás, el hastío.
La línea roja del horizonte me anuda las manos y los pies,
mientras,
escucho a la voz de un niño pequeño poner nombre a las nubes
y una imagen similar a la que fuera yo un día
aunque desteñida y ajada,
tantea los dedos encima de la mesa plegable del vagón.
Se acomoda a mi lado la nostalgia
como escenas repetidas de cafeterías del desamor.
Abandóname en la estación,
sombra,
nube,
espejo,
con mis maletas vacías y los calcetines sucios del camino,
que la corriente nos lleve al puerto del abandono;
que la marea nos arrastre hasta los sesos,
que la línea del tren atropelle las intersecciones.
Que el raíl rompa las costillas y suelte las amarras de las horas
sorbo a tic tac.
Que se enfríe este café y que por favor encuentre un tesoro en el fondo de la taza.
Ven.
Siéntate.
La nostalgia te cede el sitio.
Yo te cedo el encuentro y el milagro.
Ven.
Que estoy débil de los ojos para abajo.
Ven.
Que voy a desmenuzarte ala por ala,
diente por gente
en los espejos prohibidos de los reflejos muertos.
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