Vivimos porque nos toca vivir, es la única ley que nos imponen al estar en este mundo. Si nos limpiamos de banalidades, moral y principios; da igual los qué, cuándo, cómo, dónde y porqués mientras que en cada segundo, con los ojos abiertos o cerrados; una bocanada de aire nos haga mecernos en los brazos de la vida. Da igual que estemos presos de prejuicios, penas, alegrías, deberes, dudas, proyectos o versos… respirar es lo verdaderamente importante.
Pero somos muy complejos, no nos conformamos con una opción, por suerte o por desgracia, todos necesitamos avanzar de algún modo, de llenarnos y atarnos a algo más que el aire que nos abraza y nos duerme cada noche. Puede quedar el consuelo de andar sólo, llenar el alma de hastío o indiferencia en tiempos propicios al odio; sin embargo, volvemos a respirar, a llenarnos de ese nada o de ese todo que nos simplifica a ser un número infinito de almas que buscan en el camino motivos para seguir avanzando.
He ahí la complejidad; ese número infinito que nos persigue, nos atosiga… nos rodea. Ese número infinito que nos enseña a aprender y aprende a enseñarnos. Y así, paso a paso, vamos haciendo el camino, sin saber con cuál de entre esas almas nos cruzaremos…
No hay comentarios:
Publicar un comentario