miércoles, 19 de enero de 2011

Buenos días...


No se si existe despertar más eterno que el causado por el vuelo de una abeja que juega a alborotar el dulce sabor del sueño que, como miel; se deshace en los labios sin palabras, labios cálidos que reposan en mi nuca y alborotan a las abejas con el beso de buenos días (esos besos soñolientos justo detrás de la oreja y encima de mi pelo). Esos besos que tú sabes darme de manera tan callada, como un gato en un alféizar, sin ruido ninguno; porque las abejas se pondrían celosas de que me despertaras sin el néctar de la miel de ese mundo onírico y perfecto que ambos soñamos y no nos atrevemos a vivir por nuestras cabezas llenas de desidia, hastío o indiferencia.
Rozas mis pies con los tuyos y me encojo como una tortuga en su caparazón de plumas y cosquillas que me atraviesan las piernas hasta llegar al pecho y hacerme soltar un suspiro lánguido, pues caigo en la cuenta de que los rayos de sol rompen el sueño y son la vereda por donde las abejas se pasean juguetonas con aire de primavera aún siendo invierno. Me regalan al anhelo de olor de azahar que antaño invadía cada recoveco de mi cama, de mi cuerpo y de mi ser; y dejas caer, con miedo a despertarme de repente; tu mano en mi mano sobre mi cadera, jugando tus dedos al escondite con los míos que comienzan a salir del aturdimiento. Un sueño distinto que dormimos juntos y callamos por miedo.
Y mi voz y mis ojos se desperezan intentando que no se alejen las abejas que ya vuelan cerca de la ventana, fundidas con los rayos del alba.
¿Un café?Que los sueños duran sólo una noche, pero el despertar...el despertar dura toda una vida.

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