martes, 14 de junio de 2011

Ya entiendo muchas cosas.


Ahora comprendo mi locura por el color amarillo (o ambarinos en su defecto):
nací en él, crecí en él, me dibujé a mi misma en él.

En primavera, el azahar.
En verano, girasoles.
Con 5 años, un cuadro de papá
que siempre me empeñaba en pintar yo
o ayudarlo a él. Lleno de girasoles.
El ángel azul que nació de una mancha.
Ambarino.
Las naranjas (agrías). Más ambarinas aún.
El sol.Y la sombra que por él se crea cuando ando por la calle.
Las luces desde el balcón. Aunque oscuras.
Van Gogh y su locura, los primeros cuadros que llamaron mi atención.
La luna cuando hace mucha calor.
Mi habitación. Una de ellas.
Las gerberas amarillas que tanto le gustan a mamá
y las clavellinas también amarillas que de vez en cuando tiene en casa.
La mitad de mis camisetas y de mis vestidos.
El 50% del sofá de mis primeros años fuera.
La palabra. Con todas sus sílabas.

Amarillo, ambarino. Como los ojos de un gato negro del que me enamoré en Usagre.
Se me olvidaban: las granadas. Con su corazón rojo.

(Pensamientos volviendo de casa.El autobús da para muchos cuando necesitas evadirte).

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